¿Hacia dónde va esta sociedad?

Artículo de opinión. Juan Carlos Álvarez. CEO de Digifarma.

Cada vez me hago esta pregunta con mayor frecuencia. Y no lo digo desde el cinismo ni desde la queja hacia los políticos que todos hacemos, seas del partido que seas. Lo digo desde la experiencia diaria, de lo que vivimos, y observamos con tristeza que estamos construyendo una sociedad cada vez más egoísta y centrada en el “yo gano, tú pierdes”, y lo peor de todo es que lo estamos normalizando.

Hoy, por ejemplo, he visto cómo una gran empresa con la que trabajamos codo con codo anuncia orgullosa un récord histórico de facturación: 4.260 millones de euros. Me alegro sinceramente por esas cifras, porque significan que el sector sigue creciendo y generando valor. Pero también creo que esas cifras deberían construirse siempre sobre una base sólida de apoyo real y constante tanto a las farmacias como a los grupos de farmacias que colaboramos estrechamente con ellos. Es fundamental que haya empatía, cercanía y un espíritu continuo de ayuda mutua, especialmente cuando muchos de los problemas que surgen en el día a día nacen de sus propios protocolos internos. En ocasiones, aunque me consta que comprenden las situaciones que les planteamos, las soluciones que nos proponen no resultan viables, y me gustaría que reflejasen más un verdadero ánimo de colaboración. Y eso, al final, genera una sensación de distancia que no debería existir entre socios estratégicos como somos.

Como si pedir un acto de generosidad fuese hoy una locura

El mismo día, en otro ámbito, he vivido una situación que va en la misma línea. Durante años he mantenido una relación cordial, colaborativa, incluso generosa, con la propiedad del local en el que trabajo. Asumí reparaciones que no me correspondían, nunca reclamé lo que podría haber reclamado, con la única intención de tener una relación mercantil sana y humana. Hoy, al ejercer la opción de compra pactada hace años, he pedido un pequeño gesto: un aplazamiento de una pequeña parte del pago o, al menos, que la renta del mes en el que voy a firmar la compra no me la pasaran, como gesto y reconocimiento a la relación de estos años, en los que jamás le he ocasionado el menor problema, y resaltando el buen negocio que hacía con la venta, al haberme indicado ella lo que realmente le costó, haciendo por tanto una muy buena operación para ella. Nada. Negativa total. No solo eso, sino una respuesta cargada de frialdad y de incredulidad: “¿Estoy entendiendo bien? ¿Pretendes que renuncie a un mes de renta?”, me dijeron, por esperar un mínimo gesto de reciprocidad. Como si pedir un acto de generosidad fuese hoy una locura.

Y entonces vuelvo a la pregunta inicial: ¿hacia dónde vamos?

Estamos construyendo una sociedad donde la generosidad es vista como debilidad, donde colaborar es perder. ¿De verdad este es el modelo que queremos perpetuar? ¿Una sociedad en la que todo se mide en márgenes, rentabilidades y contratos, y nada se valora en términos de relaciones y humanidad?

El problema de fondo no es el dinero. El problema es la mentalidad. Es esa lógica del “yo primero”, “si cedo, pierdo”. Estamos olvidando que la verdadera solidez de cualquier relación (sea empresarial, mercantil o personal) no se basa solo en lo firmado, sino en lo construido. Y lo construido se alimenta de gestos, de comprensión mutua, de dar sin calcular cada céntimo de retorno.

Hoy, más que nunca, echo en falta una sociedad más sensible y humana, con más personas dispuestas a mirar al otro con empatía, a actuar no solo por beneficio, sino también por convicción y generosidad. A veces, ceder no es perder, es ganar humanidad. Y de eso andamos cada vez más escasos.

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